Tropezones

A veces pienso que mi vida es como un zumo sin agitar y me llegan las desgracias a tropezones, todas juntitas. Por eso cuando te da el primer tropezón en la cara lo que tienes que hacer es resignarte, poner los brazos en forma de escudo e intentar avanzar hasta salir del atasco.

Los preparativos de mis vacaciones me coincidieron en uno de estos atascos, por eso no me sorprendió encontrarme en el mostrador de facturación del aeropuerto con un personaje sacado de una comedia americana de esas exageradas. Tenía el pelo negro pegado hacia atrás, estilo lamido por una vaca, la nariz alargada, los ojos metidos hacia adentro... Vamos, una mezcla entre Mr Bean de mala leche y Gru, mi villano favorito, pero con el uniforme de Ryanair.

Pero no fueron los parecidos razonables lo que me impactó, sino la cara de ira contenida. Tenía cara de estar haciendo fuerza mental, no sé si para fabricar una nube de odio o para disparar un rayo carbonizador a alguien. Tenía la mandíbula apretada, los ojos echando chiribitas, era tan exagerado que, en vez de dar pena o miedo, daba risa. Pero me aguanté la risa después de ver cómo amenazaba a un grupo de americanos con dejarlos en tierra (aunque eso fuera especialmente gracioso).

Así que cuando en mi fila única me llegó el turno y el chico de facturación que no estaba fabricando ira me hizo señas para que me acercase a su puesto me quedé unos segundos con cara de idiota, como si me hubiera tocado la lotería. Tenía tan claro que me iba a tocar el petardo... Y a partir de ahí, pararon los tropezones y empezaron las vacaciones de verdad.

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