Orgullo de gallega

El otro día mi orgullo de gallega me jugó una mala pasada. Al salir del metro para ir al trabajo me di cuenta de que estaba empezando a llover, pero pensé "Bah, esto es sólo barruzo, yo por esto no saco el paraguas". No, no me lo permitía mi galleguidad. Así que seguí toda orgullosa medio mojándome y con el paraguas en el bolso. Esto es lo que hace la emigración, yo al instituto iba con paraguas y de los grandes y ahora me da pereza sacar el de bolsillo.

Pero claro, mojar, mojaba, así que como ví que el primer semáforo estaba a punto de ponerse en rojo eché a correr como una descosida y ya cuando al dar la curva ví que el segundo semáforo estaba ya parpadeando pues me emocioné y me olvidé de que llovía, de que el suelo estaba mojado y de que soy una patosa crónica. Y claro, me espatarré. Pero me espatarré bien, porque esperé a llegar a la acera y, para ir con falda, acabé en una postura bastante discreta. Humillante pero discreta. Al volver a casa pensé en dejar unas flores en ese lugar donde había perdido la dignidad y parte de las rodillas.

La verdad es que ahora entiendo a esa gente abducida por los extraterrestres que se obsesiona por saber lo que les ocurrió realmente. Tantas preguntas... ¿cómo quedé sentada mirando para el paso de cebra cuando iba en dirección contraria? ¿Fue tan ridícula la caída como yo la imaginaba en mi cabeza (con música de Benny Hill en el momento carrera bajo la lluvia)? ¿Acabará el vídeo en youtube gracias a una cámara de tráfico?

Lo peor no fue la caída ni los moratones (que aún me duran) sino el comentario de Pepito Grillo que pasaba por ahí en forma de señora y que me dijo mirándome con la cabeza de lado mientras yo seguía sentada en el suelo "Ay, es que correr no sirve de nada, verdad?". No, señora, no. Lección aprendida.

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